Las ondas transportaron desde el lado opuesto del océano Atlántico miles de esclavos africanos que se tuvieron que acostumbrar, en otro país, una nueva religión y un nuevo idioma. De este traslado forzado y brutal germinó una semilla que es en buena parte el Brasil litoral de hoy en día. Un lugar con el alma negra y el cuerpo mestizo, fruto de fusiones infinitas entre lo que vino de África y lo que ya había en América.
En un país que tiene un territorio equivalente a quince veces la Península Ibérica, es difícil de abarcarlo todo. Por eso he preferido adentrarme en algunos de los lugares más tradicionales, los que me han seducido más porque están fuera del turismo convencional. La mayor parte de estos desplazamientos han estado en autobuses, y he pasado muchas horas en la carretera y también en las estaciones.
Salvador es la primera etapa de un viaje hacia el descubrimiento del Nordeste de Brasil: nueve estados federados de los que sólo visitaré cinco: Maranhao, Ceara, Pernambuco, Alagoas y Bahia. Son estados que vivieron las primeras fases de la conquista colonial y épocas de gran riqueza. Portugueses y holandeses llevaron la tradición de la cultura occidental del siglo XVI, y que en nuestro siglo sólo conserva el legado que dejaron los portugueses: el idioma.
Empezaré por el estado de Maranhao con una población abierta y simpática que me acoge con una disponibilidad casi ingenua.
Su capital es São Luís, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su valor histórico. Fundada por los franceses en 1612 y ocupada por los holandeses en el pasado, continúa siendo la más portuguesa del país. Retenida en su estética colonial, con las calles empedradas y sus fachadas de azulejos. Su centro histórico ha sido restaurado desde 1980 después de muchas décadas de decadencia. Una decadencia que se está recuperando poco a poco con 3.500 edificios de inestimable valor histórico, algunos de los cuales abandonados y a punto de caer. Todo este conjunto armonioso de sus edificios antiguos invita a largos paseos de día y de noche a la luz de las farolas.
Cruzando la Bahía de Sao Marcos está el pueblo colonial de Alcántara. Construido entre los siglos XVII y XIX por los esclavos, fue la residencia preferida de los terratenientes. Conocida como la Pompeya Brasileña, por los restos de los edificios del siglo XVIII que quedan en pie. Es un lugar tranquilo donde aún no han llegado muchas turistas. Pasear por sus calles te transporta a los tiempos de los esclavos.
Pero una de las atracciones de Maranhao son las dunas de los Lençois Maranhenses pero siguiendo mi estilo de viajar, visito las menos conocidas y turísticas, las dunas de los Pequeños Lençois Maranhenses. Por eso me alojo en el pueblo de pescadores de Paulino Neves. Un pueblo bien auténtico, donde la mayor atracción es explayarme con la gente, escuchando las historias de sus vidas, como la del Gervasio, que con la pesca ha mantenido 12 hijos. Hoy tiene 25 nietos y 10 bisnietos !. Y como no podía ser de otra manera, también he visitado la escuela del pueblo, donde he disfrutado de los pequeños y de la inocencia de su mirada.
El día de la visita a las dunas que veo a lo lejos. Hace mucho viento. Subo arriba de una duna y me doy cuenta que se extienden en el infinito. A lo largo de casi cien kilómetros de costa entre el océano y la selva aparecen dunas enormes y móviles que pueden alcanzar los 40 mts de altura, donde se acumula el agua de lluvia que forma lagunas cristalinas que parecen canales esmeraldas perdidos en un laberinto de arena. Ni el agua ni las dunas permiten la presencia de forma alguna de vida. Me quedo un rato contemplando tanta belleza. Miro el horizonte y me doy cuenta que el sol de baja. El color de la arena va cambiando. Es todo un espectáculo que disfruto con soledad.
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Gracias!!! era ese mi problema, me salvaste de tener que bajarlo de nuevo y perder mucho tiempo Tatiana Der Selia