Famosos por su lagarto de tres metros de largo y cien quilos de peso, conocido como ora por los locales, y dragones de Komodo, por los occidentales, es una especie única en el mundo. Hay unos tres mil, viven una media de cincuenta años, ponen de quince a treinta huevos durante nueve meses y (es) son capaces de tragarse un cerdo entero. Así que más vale no acercarse demasiado, pues pueden ser peligrosos. Realmente impresionan cuando se tienen delante.
Todo el parque nacional está lleno de islas desiertas, con playas aisladas que me tientan a tomar un buen baño. Camino bajo el sol dominado por una exaltación plena de los sentidos. Sus playas son denominadas como rojas porque el coral rojo llega pulverizado hasta sus orillas. La imagen del contraste del blanco de la arena con el coral es un recuerdo imborrable. El coral es isla, balsa de vida en el océano, misterio, refugio para millones de peces. Verse de pronto en medio de estas aguas tan hermosas, tanto que semejan irreales, es como encontrarse en otro mundo. Aquí todo es llano, sólo me rodean el agua y el cielo.
Dormía en un pequeño bungalow en Loh Liang, a unos treinta minutos del único pueblo de la isla. Sus habitantes viven de la pesca y en ese momento era la época del calamar. Visité el pueblo para ver la manera tan sencilla que tienen de vivir. Durante el día descansan, algunos salan el pescado para después dejarlo secar al sol, otros juegan a las cartas, otros arreglan las redes que utilizarán de noche, y hacia las seis de la tarde, antes de la puesta de sol, me apunto a una salida nocturna para pescar calamares.
Fue fantástico ver las 150 barcas saliendo a la vez bajo el eco uniforme de los motores; mientras el sol se iba escondiendo en el horizonte, buscábamos un lugar en el mar donde pasar la noche. Mientras tanto, el pescador Abdurahman preparaba los cinco fanales para ponerlos en la proa de la barca e iba preparando las redes para cuando viésemos los primeros calamares. Ya de noche, sólo se veían las luces de los centenares de barcas que, como nosotros, estaban a la espera de hacer una buena pesca; parecía Nueva York dentro del mar. Finalmente, pescamos unos cuantos quilos después de desplazar la barca a otros lugares más provechosos. La excitación de esa noche de pesca dio fin con la fritura de unos sabrosos calamares en una paella, los cuales acompañados de arroz se convirtieron en nuestra cena hacia la una de la madrugada.