El viaje empezó en la Casa del Tíbet en Barcelona, cuando su director, Wangchen, me propuso hacer un reportaje fotográfico para visitar los campamentos de refugiados tibetanos en el sur de la India y asistir a la ceremonia del Kalachakra celebrada por el Dalai Lama.
AMARAVATI
Amaravati se encuentra al sur de la India, en el estado de Andhra Pradesh. Es una aldea rural pequeña en las cercanías del río Krishna, donde sus habitantes son predominantemente hindis.
Se eligió Amaravati por ser el lugar donde hace 2.500 años, Buda dio su primer Kalachakra y se hace cada 4 años. Se trata del mayor ritual budista por la paz y la tolerancia, la única ceremonia de iniciación del budismo tibetano que el Dalai Lama dirige para un gran público.
De repente, este pueblo incremento su población en 200.000 personas, que habían llegado de todo el mundo para asistir a tal acontecimiento. Todos se concentraban en la calle principal, que se convirtió en un enjambre humano. Pero la mayor pesadilla para mi fueron los altavoces que estaban a un volumen considerable, desde las 8 de la mañana hasta el anochecer, sin interrupción.
Pero dentro del caos, aún estaban bien organizados. La contaminación hacia que llevemos mascarilla por la calle siendo este un producto muy solicitado por los peregrinos.
Comerciantes de otros lugares de la India habían llegado hasta aquí para vender sus productos incluso los tibetanos vendían su propia artesanía y aprovechaban para reivindicar el Tíbet libre.
Esta concentración de personas hizo que llegaran mendigos de todo el país, algunos de ellos con importantes deformaciones físicas.
ALOJAMIENTO
Pero te preguntaras, ¿cómo alojar a tanta gente? La ciudad estaba organizada en campamentos de diferentes tipos: confort, lujo, para tibetanos, ladakhianos, policía, bomberos, etc. Se tuvieron que ocupar 66 hectáreas de terreno para su construcción.
Mi campamento estaba a 1 km de la gran carpa donde se daban las enseñanzas. Eran grupos de tiendas juntas, separadas sólo por paredes de tela, que proporcionaban un espacio propio de intimidad, aunque difícil de conseguir, puesto que se oía todo. Pero se mantenía bastante limpio debido a la fumigación diaria que hacían del campamento.
Los WC y las duchas estaban separados y un restaurante donde sólo se servía comida vegetariana.
En cambio más sencillos eran los campamentos de los peregrinos, que hacía meses que habían salido de sus casas en el Himalaya. Y las de los monjes, que habían alquilado casas donde poder alojarse en masa.
SALUD
A pesar del caos reinante, la organización lo tenía todo previsto. Si alguien se ponía enfermo, siempre había un médico disponible y un hospital cercano. Y a mí me toco ponerme enfermo. Pues sí, cuando llevaba pocos días en el campamento empecé a encontrarme mal de tal manera que me llevaron a una especie de hospital o centro médico donde me sacaron sangre y me diagnosticaron malaria. Me quede de piedra ya que estaba tomando profilaxis. Me dieron unas pastillas envueltas en papel de periódico y a los pocos días volvía a estar en marcha para seguir viviendo la ceremonia.
LA GRAN CARPA
Para el lugar de las ceremonias se había construido una inmensa carpa para dar cabida a los cientos de miles de peregrinos que iban a participar del ritual budista.
Y el escenario donde se ubicaba el Dalai Lama representaba un templo budista. Alrededor de 50 monjes lo acompañaban en el escenario para los rituales sagrados, así como los patrocinadores del evento, tales como los miembros de la Fundación Bushokai de Japón, del Instituto Norbulingka de Dharamsala y del gobierno de Andhra Pradesh.
El Dalai Lama iniciaba el programa con oraciones y conducía el encuentro en tibetano, diciendo que las enseñanzas de Buda fueron relevantes para el mundo moderno de hoy, se traducía el mensaje al inglés y a varios idiomas, que los oyentes seguían a través de pequeños transistores.
El interior de la carpa estaba dividido por secciones donde se ubicaban prensa, extranjeros, sponsors, tibetanos, hindúes, monjes, VIPS, etc…. En muchos casos, por estar tan lejos del escenario, se había instalado un circuito cerrado de televisión para poder ver de cerca al Dalai.
Europeos, americanos, australianos, japoneses…, todo el mundo budista había llegado a este pequeño lugar. Pensando en el esfuerzo que han hecho la gente del Ladakh, Tíbet, Sikim, Butan, Mongolia…, para llegar hasta aquí, la mayoría ataviados con sus mejores ropas.
Por todas partes había muchos controles de seguridad, pero como disponía de un carné de prensa, tenía plena libertad para moverme por dónde quisiera pero sin llegar a pisar el escenario, solo accesible a unos pocos.
Debido a las altas temperaturas, las enseñanzas se hacían por la mañana y por la tardes se hacían ceremonias sin el Dalai. Me impresionaron los mantras recitados por monjes y lamas con una voz ronca, que parecían de ultratumba.
Pero para dar colorido al acto, lo mejor fueron los elaborados trajes de los monjes del monasterio de Namgyal que efectuaron una danza ritual como parte de los preliminares de Kalachakra.
El calor y el cansancio hacían mella en los peregrinos, que adoptaban posturas cómicas y difíciles de mantener sino era durmiendo.
Al acabar las enseñanzas del día, disponía de las tardes libres para visitar la ciudad, hacer fotos por las calles o ir al centro de prensa, el lugar más fresco de todo Amaravati.
Mientras que los peregrinos pasaban sus ratos libres en una gran explanada, donde había la estupa más grande de la India construida durante el siglo III aC, la Mahastupa, que contiene las reliquias de Buda y en donde este dio las primeras enseñanzas del Kalachakra. Durante el día se entretenían postrándose ante la gran losa de piedra o hacían la kora, que es la vuelta alrededor de la gran piedra.
Y por la noche estaba la feria, como yo la llamo, donde había diversión y teatro nocturno, con una agenda cultural de bailes y música principalmente indios.
De nuevo el día empezaba con largas colas para coger el mejor sitio dentro la gran carpa.
El Dalai mientras hacía sus ofrendas y pequeñas ceremonias donde participaban los monjes del monasterio de Dharamsala, muchas veces pedía que se esparciese el mensaje de amor y paz mediante el diálogo interreligioso.
Todos los asistentes al acto siempre bien atentos a lo que hacía su líder espiritual. Me apasionaba ver en sus rostros las expresiones de emoción que emanaban de su interior.
MANDALA
Kalachakra significa “rueda del tiempo” en sánscrito. Es un ciclo complejo de enseñanzas tántricas que pertenece a los más altos del yoga. Durante los 10 días que duraba la ceremonia, los monjes elaboraban un mándala de arena con enorme precisión y concentración, cuyo destino final era ser destruido y arrojado al agua en movimiento para simbolizar la naturaleza efímera de todo lo que nos rodea. Se cree que la iniciación del Kalachakra le ayuda a uno a aumentar el conocimiento y el poder espiritual.
Interpretar el significado del mándala es complejo. Pero dicen que lo importante es contemplarlo aún sin entenderlo, “la gente capta la armonía a través de los diferentes colores que configuran el mándala”. A través de círculos concéntricos elaborados con arena de colores se recrea una completa visión cosmológica del universo. Los monjes elaboran los círculos de arena -en los que estarán dibujadas 722 divinidades de la antigua tradición budista- del interior hacia el exterior. Un minucioso trabajo de paciencia y dedicación. El mándala se convierte, de esta forma, en un objeto vivo que ‘crece’, en belleza y tamaño, a medida que pasan los días. Hasta que la obra espiritual se finaliza. Entonces llega su disolución y dispersión en las aguas de un río. Según la tradición budista, la unión de la arena y el agua, símbolo del movimiento de la vida, tiene el objetivo de favorecer la llegada de un tiempo de paz en la Tierra.
Acabará la gran ceremonia de dar larga vida al Dalai, con ofrendas y donaciones que hacen algunos de los asistentes.
FIN DE LA CEREMONIA
Ya para finalizar, el Dalai ofreció una conferencia de prensa a los extranjeros, en la cual las preguntas comprometidas a nivel político son preguntadas por la prensa india, pero el Dalai rehúso contestarlas.
Una de las cosas que dijo fue que: “No creía que el fundamentalismo estuviese creciendo en el mundo sino el crecimiento de los medios de comunicación, que ha significado darle al conflicto una mayor publicidad”.
El colofón del gran ritual budista consistió en ir hacia la estupa donde miles de lámparas de manteca ardían junto con los millones de velas colocadas en el suelo como ofrecimiento a Buda. Fue una experiencia fascinante.
Al final de la ceremonia, puedo decir que, aunque sin ser budista, me cautivo poder asistir por primera vez al Kalachakra. Al estar inmerso en esta inmensa carpa con gente de todo el mundo sintiendo la voz del Dalai, su sonrisa, la adoración que tienen por él, las lágrimas de la gente que vino de tan lejos para estar cerca de él, incluso viejecitos inválidos que, con sus caras arrugadas por el mal trato que se les ha dado la vida, sin tener un país propio y quizás mucho de ellos arriesgando su vida por cruzar el Himalaya y estar aquí. Pero detrás de cada persona hay una vida y, por el sólo hecho de estar allí, ya me sentí plenamente satisfecho.